ROBIN HOOD, EL PROSCRITO, de ANGUS DONALD
EDHASA
Nº páginas: 448 pags
Lengua: CASTELLANO
Encuadernación: Tapa dura
ISBN: 9788435062008
Nº Edición:1ª
Año de edición:2010
Plaza edición: MADRID
SINOPSIS
Alan Dale, el joven protagonista de esta novela, se ve abocado a un futuro incierto cuando es descubierto robando y, atemorizado, sus pasos le llevan al bosque de Sherwood, donde entra en contacto con una banda de forajidos cuyo cabecilla, Robin Hood, impone su propia ley: roba a los ricos y a la Iglesia y protege a los pobres; sin embargo, su protección tiene un precio. Un precio que no se paga con dinero, sino con sangre. Los delatores son mutilados, los traidores, asesinados. Nadie escapa a la justicia del temido Robin Hood. Con un más que notable pulso narrativo, Angus Donald irrumpe en el género de la novela histórica con una versión realmente nueva de la figura legendaria de Robin Hood. Duro e implacable, salvaje y vengativo, es muy probable que el suyo sea un personaje mucho más cercano al hombre verdadero que el edulcorado mito tradicional.
CRÍTICA
Siendo sincero, casi lo único que había caído en mis manos sobre Robin Hood (si omitimos dos detalles: esa película en la que Russell Crowe interpreta a Máximo Décimo Meridio, digo, a sí mismo, digoooo, al propio Hood, y la famosa novela “Ivanhoe”), era el famoso libro de Howard Pyle titulado “Las alegres aventuras de Robin Hood”. Como muchos sabréis es una versión de la leyenda muy inocente, con muchas escenas de humor y con un Robin que es un pícaro y un pilluelo, casi sin maldad. Y es tan apta para todos los públicos, que antes de llegar al último capítulo, la muerte de Robin, el mismo autor nos avisa de que dado que versa sobre la muerte del protagonista, quien no lo desee, que no lo lea. Si haces así, te quedas con los buenos momentos de las correrías de tan singular bandido y omites su declive y fallecimiento, ya sabéis, dispara su arco desde una ventana de la abadía de Kirklees y allá donde caiga la flecha, será enterrado (que buen fastidio puede ser ponerse a buscar una flecha en medio del campo, o peor, en el bosque).
Pues quien espere ver otra versión de Pyle en el libro que nos ocupa, escrito por Angus Donald, se equivoca de cabo a rabo. En “Robin Hood, El Proscrito” corre la última década del siglo XII, con el Rey Enrique II viviendo sus últimos días, cuyos hijos ansían hacerse con el poder y cuya mujer conspira con éstos para conseguirlo. En estos tiempos turbulentos (¿cuáles no lo son?) el protagonista y narrador de los hechos es un adolescente llamado Alan Dale, quien tiene la desgracia de verse obligado a robar para poder comer. En una de estas fechorías es atrapado por los hombres del sheriff, Sir Ralph Murdac, consiguiendo huir antes de ser ajusticiado. Dado que ahora es un forajido, decide unirse a una banda local de matones capitaneada por un tal Robert Odo, hijo menor de un barón normando, que ha caído en desgracia y que decide vivir al margen de la ley junto con sus proscritos.
El autor reconoce que su objetivo con esta novela es el de mostrarnos un Robin Hood alejado de los cánones de mallas verdes y de héroes que sólo luchan por el bien de los demás. Sobre todo pretende mostrarnos un personaje más real y más lógico, adecuado a los tiempos que corrían, con un pasado que nos explique y justifique el porqué de sus acciones. A fin de cuentas, como sería un bandido de renombre en la Inglaterra de la Edad Oscura y para ello no duda en saltarse algunos cuantos tópicos de la leyenda.
De entrada, lo primero que choca en esta novela es el mismo hecho de que el famoso bandido ya no es un sajón que lucha contra el normando invasor. El cuento del ladrón sajón es habitualmente usado como leyenda que ensalza el orgullo nacional y que sirve a los intereses de la Corona, reflejado en la devoción del delincuente por Ricardo Corazón de León y humillando a su hermano, Juan Sin Tierra. En la versión del mito que nos ocupa parece ser parte de esa nobleza subyugadora que Walter Scott menciona como opresores y maltratadores de todo sajón que en su camino se cruza. Además no muestra ningún interés en rey alguno si no es por su propio beneficio. Es un detalle que llama la atención y que además pudiera tener cierta verosimilitud, siempre que supongamos que existió un personaje así. Pero no es el único detalle que destaca.
Otro gran punto que destaca sobre las habituales crónicas del legendario salteador es que ya no son “las alegres aventuras”. Es decir, ya no son inocentes correrías en la que todo parece salir bien y en la que apenas hay sangre o muertos. En esta novela si algo abunda, es la sangre y los muertos. El autor parece querer recrear el escaso valor que la vida humana debía tener en la Edad Media y para ello no duda en describirnos crueles actos con pelos y señales (aunque sin regodearse en ello) enseñándonos algunos métodos de tortura, castigos físicos y desde luego sin omitir la crudeza del combate medieval, donde un simple corte podía llevarte a la tumba, aquejado de una grave infección.
La verdad es que el antihéroe que Donald nos muestra por boca de Alan Dale es digno de ese negativo adjetivo. Se nos presenta más como un padrino de la mafia que como un ladrón bienhechor. De esta manera nos olvidamos de lo de robar a los ricos para dárselo a los pobres. Aquí Robin roba para sí y para su banda, porque como él mismo reconoce, su objetivo es ser un noble y para ello ha de lograr reunir un ejército para poder conquistar el título por méritos propios. Y para construir su ejército necesita dinero. Mucho dinero.
Para todo ello no duda en estafar, robar y engañar a cualquiera. Sus métodos son brutales. Él extiende su “protección” a los pueblos que domina o quiere dominar pero todo intento de salirse de esta protección conlleva el más cruel de los castigos. Quien no quiera sus servicios pronto verá como su aldea sufre inesperados ataques de bandidos. Y quien ose traicionarle verá sus días dolorosamente acortados, así como cualquier otro bandido que intente colarse en su territorio. Como se puede apreciar, sus “habilidades” distan mucho de la leyenda tradicional y de esta manera nos presenta a un proscrito más real, acorde a lo que debió significar el hecho de ser un proscrito y, por tanto, cumpliendo el que creo yo que es el objetivo de Donald.
Una vez que logra lo que se propone, nos relata la novela en la típica estructura de alguien que se inicia en un grupo armado, con sus rituales de adopción, su mayoría de edad, sus escarceos sexuales y un sinfín de aventuras que culminan en una gran batalla final. La verdad, es que no por manido deja de ser muy efectivo y el autor nos sumerge en un libro de aventuras para adultos, con un lenguaje muy sencillo, con un estilo rápido y dinámico, con capítulos “cliffhanger” que te mantienen pegado a las páginas y con una escritura directa, muy del estilo de los best-sellers actuales.
Así mismo no dejan de ser habituales los guiños a los fans de Robin. Por sus páginas pasan todos los personajes habituales del mito, desde Lady Marian hasta Will Scarlett, pasando por Fray Tuck o Little John, y cómo no los clásicos malvados como el sheriff de Nottingham o Guy de Gisborne. Las peleas con palos contra Tuck o por el paso de un río que popularizó el relato tradicional aquí se han sublimado en el paganismo de Robin y su odio hacia la Iglesia y en el período adolescente de un joven Robert Odo, donde para aprender a luchar, lo hacía en el puente levadizo del castillo de su padre frente a su maestro de armas, quien sí o sí lo arrojaba al agua del foso.
Resulta, en fin, un libro muy entretenido, con una visión diferente del ladrón que roba a ricos para dárselo a pobres, donde quizá uno de sus defectos sea los errores históricos que comete, pero que, a fin de cuentas, se pueden tomar como licencias del autor sobre un personaje legendario sobre el que hay mucho escrito. Uno de los peores errores probablemente sea esa batalla final, en la que se entremezclan naciones, armamento y un Deus Ex Machina brutal, muy frecuente en relatos de este estilo pero que no desmerece el conjunto final.
Mi nota: un 7. Entretenida novela de aventuras no apta para estómagos sensibles.
Lo mejor: La visión desmitificadora del bandidaje medieval. La escena del ritual pagano. Quizá no sea exacta pero le da otro color al libro. Algunos detalles históricos que deja caer el autor, casi como sin darse cuenta, que sitúan muy rápido al lector en el período histórico en el que transcurre.
Lo peor: El final.
RESEÑA REALIZADA POR CARLOS
EDHASA
Nº páginas: 448 pags
Lengua: CASTELLANO
Encuadernación: Tapa dura
ISBN: 9788435062008
Nº Edición:1ª
Año de edición:2010
Plaza edición: MADRID
SINOPSIS
Alan Dale, el joven protagonista de esta novela, se ve abocado a un futuro incierto cuando es descubierto robando y, atemorizado, sus pasos le llevan al bosque de Sherwood, donde entra en contacto con una banda de forajidos cuyo cabecilla, Robin Hood, impone su propia ley: roba a los ricos y a la Iglesia y protege a los pobres; sin embargo, su protección tiene un precio. Un precio que no se paga con dinero, sino con sangre. Los delatores son mutilados, los traidores, asesinados. Nadie escapa a la justicia del temido Robin Hood. Con un más que notable pulso narrativo, Angus Donald irrumpe en el género de la novela histórica con una versión realmente nueva de la figura legendaria de Robin Hood. Duro e implacable, salvaje y vengativo, es muy probable que el suyo sea un personaje mucho más cercano al hombre verdadero que el edulcorado mito tradicional.
CRÍTICA
Siendo sincero, casi lo único que había caído en mis manos sobre Robin Hood (si omitimos dos detalles: esa película en la que Russell Crowe interpreta a Máximo Décimo Meridio, digo, a sí mismo, digoooo, al propio Hood, y la famosa novela “Ivanhoe”), era el famoso libro de Howard Pyle titulado “Las alegres aventuras de Robin Hood”. Como muchos sabréis es una versión de la leyenda muy inocente, con muchas escenas de humor y con un Robin que es un pícaro y un pilluelo, casi sin maldad. Y es tan apta para todos los públicos, que antes de llegar al último capítulo, la muerte de Robin, el mismo autor nos avisa de que dado que versa sobre la muerte del protagonista, quien no lo desee, que no lo lea. Si haces así, te quedas con los buenos momentos de las correrías de tan singular bandido y omites su declive y fallecimiento, ya sabéis, dispara su arco desde una ventana de la abadía de Kirklees y allá donde caiga la flecha, será enterrado (que buen fastidio puede ser ponerse a buscar una flecha en medio del campo, o peor, en el bosque).
Pues quien espere ver otra versión de Pyle en el libro que nos ocupa, escrito por Angus Donald, se equivoca de cabo a rabo. En “Robin Hood, El Proscrito” corre la última década del siglo XII, con el Rey Enrique II viviendo sus últimos días, cuyos hijos ansían hacerse con el poder y cuya mujer conspira con éstos para conseguirlo. En estos tiempos turbulentos (¿cuáles no lo son?) el protagonista y narrador de los hechos es un adolescente llamado Alan Dale, quien tiene la desgracia de verse obligado a robar para poder comer. En una de estas fechorías es atrapado por los hombres del sheriff, Sir Ralph Murdac, consiguiendo huir antes de ser ajusticiado. Dado que ahora es un forajido, decide unirse a una banda local de matones capitaneada por un tal Robert Odo, hijo menor de un barón normando, que ha caído en desgracia y que decide vivir al margen de la ley junto con sus proscritos.
El autor reconoce que su objetivo con esta novela es el de mostrarnos un Robin Hood alejado de los cánones de mallas verdes y de héroes que sólo luchan por el bien de los demás. Sobre todo pretende mostrarnos un personaje más real y más lógico, adecuado a los tiempos que corrían, con un pasado que nos explique y justifique el porqué de sus acciones. A fin de cuentas, como sería un bandido de renombre en la Inglaterra de la Edad Oscura y para ello no duda en saltarse algunos cuantos tópicos de la leyenda.
De entrada, lo primero que choca en esta novela es el mismo hecho de que el famoso bandido ya no es un sajón que lucha contra el normando invasor. El cuento del ladrón sajón es habitualmente usado como leyenda que ensalza el orgullo nacional y que sirve a los intereses de la Corona, reflejado en la devoción del delincuente por Ricardo Corazón de León y humillando a su hermano, Juan Sin Tierra. En la versión del mito que nos ocupa parece ser parte de esa nobleza subyugadora que Walter Scott menciona como opresores y maltratadores de todo sajón que en su camino se cruza. Además no muestra ningún interés en rey alguno si no es por su propio beneficio. Es un detalle que llama la atención y que además pudiera tener cierta verosimilitud, siempre que supongamos que existió un personaje así. Pero no es el único detalle que destaca.
Otro gran punto que destaca sobre las habituales crónicas del legendario salteador es que ya no son “las alegres aventuras”. Es decir, ya no son inocentes correrías en la que todo parece salir bien y en la que apenas hay sangre o muertos. En esta novela si algo abunda, es la sangre y los muertos. El autor parece querer recrear el escaso valor que la vida humana debía tener en la Edad Media y para ello no duda en describirnos crueles actos con pelos y señales (aunque sin regodearse en ello) enseñándonos algunos métodos de tortura, castigos físicos y desde luego sin omitir la crudeza del combate medieval, donde un simple corte podía llevarte a la tumba, aquejado de una grave infección.
La verdad es que el antihéroe que Donald nos muestra por boca de Alan Dale es digno de ese negativo adjetivo. Se nos presenta más como un padrino de la mafia que como un ladrón bienhechor. De esta manera nos olvidamos de lo de robar a los ricos para dárselo a los pobres. Aquí Robin roba para sí y para su banda, porque como él mismo reconoce, su objetivo es ser un noble y para ello ha de lograr reunir un ejército para poder conquistar el título por méritos propios. Y para construir su ejército necesita dinero. Mucho dinero.
Para todo ello no duda en estafar, robar y engañar a cualquiera. Sus métodos son brutales. Él extiende su “protección” a los pueblos que domina o quiere dominar pero todo intento de salirse de esta protección conlleva el más cruel de los castigos. Quien no quiera sus servicios pronto verá como su aldea sufre inesperados ataques de bandidos. Y quien ose traicionarle verá sus días dolorosamente acortados, así como cualquier otro bandido que intente colarse en su territorio. Como se puede apreciar, sus “habilidades” distan mucho de la leyenda tradicional y de esta manera nos presenta a un proscrito más real, acorde a lo que debió significar el hecho de ser un proscrito y, por tanto, cumpliendo el que creo yo que es el objetivo de Donald.
Una vez que logra lo que se propone, nos relata la novela en la típica estructura de alguien que se inicia en un grupo armado, con sus rituales de adopción, su mayoría de edad, sus escarceos sexuales y un sinfín de aventuras que culminan en una gran batalla final. La verdad, es que no por manido deja de ser muy efectivo y el autor nos sumerge en un libro de aventuras para adultos, con un lenguaje muy sencillo, con un estilo rápido y dinámico, con capítulos “cliffhanger” que te mantienen pegado a las páginas y con una escritura directa, muy del estilo de los best-sellers actuales.
Así mismo no dejan de ser habituales los guiños a los fans de Robin. Por sus páginas pasan todos los personajes habituales del mito, desde Lady Marian hasta Will Scarlett, pasando por Fray Tuck o Little John, y cómo no los clásicos malvados como el sheriff de Nottingham o Guy de Gisborne. Las peleas con palos contra Tuck o por el paso de un río que popularizó el relato tradicional aquí se han sublimado en el paganismo de Robin y su odio hacia la Iglesia y en el período adolescente de un joven Robert Odo, donde para aprender a luchar, lo hacía en el puente levadizo del castillo de su padre frente a su maestro de armas, quien sí o sí lo arrojaba al agua del foso.
Resulta, en fin, un libro muy entretenido, con una visión diferente del ladrón que roba a ricos para dárselo a pobres, donde quizá uno de sus defectos sea los errores históricos que comete, pero que, a fin de cuentas, se pueden tomar como licencias del autor sobre un personaje legendario sobre el que hay mucho escrito. Uno de los peores errores probablemente sea esa batalla final, en la que se entremezclan naciones, armamento y un Deus Ex Machina brutal, muy frecuente en relatos de este estilo pero que no desmerece el conjunto final.
Mi nota: un 7. Entretenida novela de aventuras no apta para estómagos sensibles.
Lo mejor: La visión desmitificadora del bandidaje medieval. La escena del ritual pagano. Quizá no sea exacta pero le da otro color al libro. Algunos detalles históricos que deja caer el autor, casi como sin darse cuenta, que sitúan muy rápido al lector en el período histórico en el que transcurre.
Lo peor: El final.
RESEÑA REALIZADA POR CARLOS
1 comentarios:
Lo tengo en casa a la espera de que salga la continuación!!
Tiene muy muy buena pinta =)
Besotes
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